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London, United Kingdom
Investigadora en el Instituto de Estudios Medievales y Renacentistas de la Universidad de Salamanca y en el Centro de Estudios Clásicos y Humanísticos de la Universidad de Coimbra. Doctora en filosofía por la Universidad de Salamanca (Febrero de 2008). Autora de cinco libros: "Una revolución hacia la nada" (2012), "Don Quijote de la Mancha: literatura, filosofía y política" (2012) "Destino y Libertad en la tragedia griega" (2008), "Contra la teoría literaria feminista" (2007) y "El mito de Prometeo en Hesíodo, Esquilo y Platón: tres imágenes de la Grecia antigua" (2006). Ha publicado varios trabajos en revistas académicas sobre asuntos de literatura, filosofía y teoría literaria. En su carrera investigadora ha trabajado y estudiado en las universidades de Oviedo, Salamanca y Oxford. Fundamentalmente se ha especializado en la identificación y el análisis de las Ideas filosóficas presentes en la obra de numerosos clásicos de la literatura universal, con especial atención a la literatura de la antigüedad greco-latina y la literatura española.

No es que esto sea Ítaca, pero verás que es agradable

No es que esto sea Ítaca, pero verás que es agradable

Si amas la literatura y adoras la filosofía, éste puede ser un buen lugar para atracar mientras navegas por la red.
Aquí encontrarás acercamientos críticos de naturaleza filosófica a autores clásicos, ya sean antiguos, modernos o contemporáneos; críticas apasionadas de las corrientes más "totales" del momento: desde la moda de los estudios culturales hasta los intocables estudios "de género" o feministas; investigaciones estrictamente filosóficas sobre diversas Ideas fundamentales y muchas cosas más. Puede que hasta os echéis unas risas, cortesía de algún autor posmoderno.
Ante todo, encontraréis coherencia, pasión, sinceridad y honestidad, antes que corrección política, retóricas complacientes y cinismos e hipocresías de toda clase y condición, pero siempre muy bien disimuladas.
También tenemos la ventaja de que, como el "mercado" suele pasar de estos temas, nos vengamos de él hablando de algunos autores con los que se equivocó, muchísimos, ya que, en su momento, conocieron el fracaso literario o filosófico y el rechazo social en toda su crudeza; y lo conocieron, entre otras cosas, porque fueron autores muy valientes (son los que más merecen la pena). Se merecen, en consecuencia, el homenaje de ser rehabilitados en todo lo que tuvieron de transgresor, algo que, sorprendentemente, en la mayoría de los casos, sigue vigente en la actualidad.
En definitiva, lo que se ofrece aquí es el sitio de alguien que vive para la filosofía y la literatura (aunque, sobre todo en el caso de la filosofía, se haga realmente duro el vivir de ellas) y que desea tratar de ellas con respeto y rigor, pero sin perder la gracia, porque creo que se lo debemos, y si hay algo que una ha aprendido de los griegos es, sin duda, que se debe ser siempre agradecido.

martes, 24 de noviembre de 2009

La filosofía del Quijote

Fragmento del libro inédito (no tanto como me gustaría): "Don Quijote de la Mancha: literatura, filosofía y política" (2008) de Violeta Varela Álvarez

¿Qué conclusiones filosóficas pueden extraerse de la lectura del Quijote? ¿Cuáles son las Ideas que pretende asentar Cervantes con la redacción de su obra? ¿Pretende defender el idealismo y la imposición, frente a toda realidad, de unos determinados ideales de verdad, bondad y justicia? ¿Pretende desacreditar estos mismos ideales a través de la ridiculización de los proyectos quijotescos? ¿Acaso quería constatar que la justicia no es un bien de este mundo, como lo prueba el fracaso final del caballero? ¿O, muy al contrario, pretendía mostrar que la justicia sólo es posible a través de las configuraciones reales que constituyen una determinada sociedad en un determinado momento? A esclarecer estas cuestiones voy a dedicar estas reflexiones finales. Deseo adelantar que mi interpretación va a decantarse por responder afirmativamente a la última de las preguntas que formulábamos. Cervantes, a mi juicio, es uno de los primeros autores que mostró la necedad de las doctrinas del deber ser, demostrando con ello una inteligencia y una racionalidad que no habrían de imponerse hasta pasados dos siglos en el panorama filosófico y del pensamiento occidental.
No voy a sostener en estas conclusiones, como puede deducirse de lo dicho hasta ahora, una interpretación filosófica del Quijote en términos kantianos, por citar un referente querido por la Crítica. Lo que sostengo, muy al contrario, es, como ya he indicado, que la obra de Cervantes supone toda una crítica de las filosofías del deber ser. Don Quijote supone la imposición de un deber ser frente al ser que caracteriza la realidad. Ahora bien, el comportamiento de don Quijote no debería confundirse con patrones de actuación kantianos. Don Quijote supone, efectivamente, la imposición arbitraria de un deber ser, pero su comportamiento no obedece a motivaciones pacifistas, ni a criterios morales, ni siquiera encaja a la perfección con los criterios humanistas. El deber ser de don Quijote no obedece, en principio, a más razón que la que le produce el aburrimiento causado por la sociedad y la realidad en las que le ha tocado vivir. Siguiendo con mi refutación de las interpretaciones del personaje en clave kantiana, debo decir que ningún personaje que afirme que el fin justifica los medios, como indica don Quijote en el contexto episódico de las bodas de Camacho, puede ser considerado kantiano.

“- Teneos, señores, teneos, que no es razón toméis venganza de los agravios que el amor nos hace, y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea, como no sean en menoscabo y deshonra de la cosas amadas” (Quijote II, XXI: 880-881).

Don Quijote representa el deber ser, es cierto, pero no es un deber ser kantiano, ni mucho menos. Esto que sostengo supone, para el caso de Cervantes como autor, una lucidez intelectual, moral y política sin precedentes en la literatura universal y que no encontrará eco hasta el siglo XIX cuando el kantismo, que consolidó este tipo de filosofías, empiece a estar en el punto de mira. Lo que parece una cuestión sin importancia, supuso una de las mayores revoluciones en el ámbito de la filosofía europea. Las filosofías del deber ser se caracterizarían, principalmente:
- Por su negación y encubrimiento de las dialécticas que efectivamente funcionan en la realidad socio-política. En este punto incurre don Quijote, como hemos visto, en múltiples ocasiones con respecto a Sancho.
- Por su imposición, absolutamente a-contextual, de ciertos parámetros de pensamiento y acción. En esto consiste, ni más ni menos, el juego quijotesco.
- Al ignorar lo que efectivamente está funcionando, estas estrategias de acción suelen causar más daño del que pretenden evitar. Intentan solucionar problemas cuyos patrones de funcionamiento ignoran por completo. Queda claro este punto en el episodio del pastorcillo Andrés.
Son, además, filosofías mezquinas: renuncian a lo que en realidad ocurre y renuncian a los hombres de carne y hueso (los sustituyen por sujetos que encajan en los parámetros de las teorías de la elección racional y fantasías semejantes), y lo hacen porque en el fondo de tan bondadoso kantismo sigue permaneciendo la doctrina del fuste torcido de la humanidad.
Quisiera decirles porque creo que el formalismo es tan peligroso. Tomemos, para seguir con lo dicho, a Kant como ejemplo. Este autor pasa por ser la suma de todas las virtudes en filosofía. Pues bien, Kant es, a mi juicio, que creo poder demostrar, uno de los autores más crueles que la filosofía ha alumbrado. Quienes hablan de la humanidad suelen hacerlo no por bondad, sino para encubrir las enormes diferencias que existen entre unas personas u otras. No hay nada más kantiano que afirmar que merece tanto castigo quien roba pan, porque muere de hambre, como quien malversa cien mil euros. La ley sin excepción. La humanidad sin clases. Lo de siempre, ocultar los verdaderos procesos dialécticos que tienen lugar en nuestras sociedades.
Imponer un deber ser en teoría supone condenar al ser a un callejón sin salida. Esto lo vio Hegel, que atacó con todas sus fuerzas en la Fenomenología del espíritu al derecho de las sombras, a la ley de la Universalidad, en otras palabras, a la moral kantiana. Se trata de filosofías normativas, pero es que las normas definen el juego y vienen dadas por él, no se pueden imponer desde fuera, por muy bonitas que éstas sean. Los formalismos usan la razón para crear fantasías especulativas (olvidan que el sueño de la razón produce monstruos). Pero siempre nos quedarán opciones como las que Cervantes nos ofrece en su obra maestra. Son más crudas y menos complacientes, porque tratan con lo que hay, pero son más útiles. La obra de Cervantes, en este sentido, supone dos lecciones:
- El mundo realmente existente es precario y defectuoso.
- La evasión de la realidad es errónea e imposible o infructífera.
Cervantes ocuparía así un lugar de honor en la historia del pensamiento occidental al poner su obra al servicio de la crítica de idealismos y postulados metafísicos varios. De esta manera, la interpretación erasmista de un Cervantes es imposible, puesto que la reacción erasmista, como vimos en su momento, consistió en una reacción fideísta e idealista frente al materialismo institucional en que se encarnaba el catolicismo. El erasmismo encaja a la perfección en la línea y en los postulados de las filosofías del deber ser.
En la obra de Cervantes aparecen múltiples códigos morales ficticios: el de los pastores, el de don Quijote, las supersticiones del ama y la sobrina, las normas de unos bandoleros mitificados... Creo que podrían distinguirse tres tipos de deber ser en la novela:
I- Dialéctico: el quijotesco, fundamentalmente, en la primera parte de la obra; el de los bandoleros que se encuentran camino a Barcelona en la segunda parte.
Centrándonos ahora en el primer caso, en el deber ser quijotesco, Sancho posee en éste un futuro, sin perjuicio de su clase social:

“Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza, algo maltratado de los mozos de los frailes, y había estado atento a la batalla de su señor don Quijote, y rogaba a Dios en su corazón fuese servido de darle vitoria y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo había prometido. Viendo, pues, ya acabada la pendencia y que su amo volvía a subir sobre Rocinante, llegó a tenerle el estribo y, antes que subiese, se hincó de rodillas delante dél y, asiéndole de la mano, se la besó y le dijo:
—Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que, por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo.
A lo cual respondió don Quijote:
—Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a ésta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos. Tened paciencia, que aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante.
Agradecióselo mucho Sancho, y, besándole otra vez la mano y la falda de la loriga, le ayudó a subir sobre Rocinante, y él subió sobre su asno y comenzó a seguir a su señor, que a paso tirado, sin despedirse ni hablar más con las del coche, se entró por un bosque que allí junto estaba” (Quijote I, X, 123-124).

Don Quijote incluso manifiesta que en la moral caballeresca las diferencias sociales se diluyen (I, XI, 131). Don Quijote enuncia un deber ser que se enfrenta directamente con la realidad vigente. Lo que él reivindica y pretende imponer nos dibuja una idea de lo que no existe:

“—Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta, porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra” (Quijote I, XI, 133-135).

Al modo hesiódico, el mito sirve a la crítica de lo vigente, ya sea la sociedad homérica de raigambre aristocrática o la España Imperial y católica. Vemos que don Quijote atenta contra los valores católicos y hace referencia a la libertad sexual (su perdición nacía de su propio gusto y voluntad) de las mujeres, al igual que Marcela. El discurso de Marcela y el de Don Quijote, pueden ser interpretados como dos reivindicaciones éticas que no encuentran acogida en los códigos morales vigentes, razón por la cual deben sustentarse en códigos inexistentes: el de la caballería y el pastoril. La diferencia es que el deber ser en el que se sitúa Marcela no es dialéctico (Marcela no se enfrenta al mundo), sino paralelo (Marcela se recluye del mundo). Lo veremos.
Otro caso clarísimo de deber ser dialéctico en la obra se encuentra representado, como anuncié, en el personaje del bandolero catalán, Roque.

“Mostraron afligirse los capitanes, entristecióse la señora regenta y no se holgaron nada los peregrinos, viendo la confiscación de sus bienes. Túvolos así un rato suspensos Roque, pero no quiso que pasase adelante su tristeza, que ya se podía conocer a tiro de arcabuz, y volviéndose a los capitanes dijo:
—Vuesas mercedes, señores capitanes, por cortesía, sean servidos de prestarme sesenta escudos, y la señora regenta ochenta, para contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad, de lo que canta yanta, y luego puédense ir su camino libre y desembarazadamente, con un salvoconduto que yo les daré, para que si toparen otras de algunas escuadras mías que tengo divididas por estos contornos, no les hagan daño, que no es mi intención de agraviar a soldados ni a mujer alguna, especialmente a las que son principales.
Infinitas y bien dichas fueron las razones con que los capitanes agradecieron a Roque su cortesía y liberalidad, que por tal la tuvieron, en dejarles su mismo dinero. La señora doña Guiomar de Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las manos del gran Roque, pero él no lo consintió en ninguna manera, antes le pidió perdón del agravio que le había hecho forzado de cumplir con las obligaciones precisas de su mal oficio. Mandó la señora regenta a un criado suyo diese luego los ochenta escudos que le habían repartido, y ya los capitanes habían desembolsado los sesenta. Iban los peregrinos a dar toda su miseria, pero Roque les dijo que se estuviesen quedos, y volviéndose a los suyos, les dijo:
—Destos escudos dos tocan a cada uno, y sobran veinte: los diez se den a estos peregrinos, y los otros diez a este buen escudero, porque pueda decir bien de esta aventura.
Y, trayéndole aderezo de escribir, de que siempre andaba proveído, Roque les dio por escrito un salvoconduto para los mayorales de sus escuadras y, despidiéndose dellos, los dejó ir libres y admirados de su nobleza, de su gallarda disposición y estraño proceder, teniéndole más por un Alejandro Magno que por ladrón conocido. Uno de los escuderos dijo en su lengua gascona y catalana:
—Este nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si de aquí adelante quisiere mostrarse liberal, séalo con su hacienda y no con la nuestra.
No lo dijo tan paso el desventurado, que dejase de oírlo Roque, el cual, echando mano a la espada, le abrió la cabeza casi en dos partes, diciéndole:
—Desta manera castigo yo a los deslenguados y atrevidos” (Quijote II, LX, 1231-1232).

Se trata de una concepción absolutamente ideal e inverosímil de la delincuencia, que aún así no pierde su consideración dialéctica al tratarse de una actividad que se enfrenta al ordenamiento jurídico establecido.
II- Paralelo: es el caso de los pastores fingidos tanto en la primera como en la segunda parte, y el del propio don Quijote en la segunda parte, cuando ya todo el mundo le sigue el juego o cuando resuelve hacerse pastor. Veamos el ejemplo de los pastores que aparecen en la primera parte.

“—Pues sabed —prosiguió el mozo— que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que se anda en hábito de pastora por esos andurriales.
—Por Marcela, dirás —dijo uno.
—Por ésa digo —respondió el cabrero—. […] A todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren, y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver; a lo menos, yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar” (Quijote I, XII, 140-141).

En algunas ocasiones parece que el deber ser que ejercen se torna dialéctico, pero no es así en ningún momento. Veámoslo con detenimiento. Dos casos en los que las posturas de los jóvenes pastores fingidos parecen tomar un cariz conflictivo serían los siguientes:
1 - La postura de Galatea ante el matrimonio.

“Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable, mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir “Quiérote por hermosa: hasme de amar aunque sea feo”. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran: que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar, porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien?” (Quijote I, XIIII, 167-168).

2 - El suicidio de Grisóstomo.

“[…] y es lo bueno, que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque, porque, según es fama y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y también mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo dicen que no se han de cumplir ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles” (Quijote I, XII, 140).

Es cierto que el suicidio de Grisóstomo es el reflejo literario de un acto sumamente impío, pero no posee gran trascendencia. En este episodio del Quijote, Cervantes está llevando a la novela, a mi juicio y siguiendo las expertas tesis de Menéndez Pidal, el Romance del pastor desesperado, perteneciente al Romancero viejo. Lo transcribo a continuación:

“Por aquel lirón arriba lindo pastor va llorando; del agua de los sus ojos el gabán lleva mojado. —Buscaréis, ovejas mías, pastor más aventurado, que os lleve a la fuente fría y os caree con su cayado. ¡Adiós, adiós, compañeros, las alegrías de antaño!, si me muero deste mal, no me enterréis en sagrado; no quiero paz de la muerte, pues nunca fui bien amado; enterréisme en prado verde, donde paste mi ganado, con una piedra que diga: «Aquí murió un desdichado; murió del mal del amor, que es un mal desesperado». Ya le entierran al pastor en medio del verde prado, al son de un triste cencerro, que no hay allí campanario. Tres serranitas le lloran al pie del monte serrano; una decía: «Ay mi primo» otra decía: «Ay mi hermano» la más chiquita dellas: «Adiós, lindo enamorado, mal te quise por mi mal, siempre viviré penando»” (Edición de Menéndez Pidal, 1938/1988: 246- 247).

Vemos, pues, que el pastor desesperado se parece muchísimo al Grisóstomo de Cervantes, autor a su vez de una Canción desesperada. No es, en consecuencia, el tema del suicidio la novedad que introduce Cervantes, que en este punto simplemente retoma el tópico del Romancero. Lo novedoso en el Quijote es que se trata de pastores fingidos, gentes acomodadas que deciden entregarse a una ficción. No son los elementos impíos la gran novedad en Cervantes, sino los elementos sociales. El viejo romance lo convierte nuestro genial novelista en una estrategia más para mostrar las absurdas vidas de gentes acomodadas y ociosas.
Ahora bien, ni Marcela ni Grisóstomo se enfrentan al mundo, simplemente se evaden con la muerte o la soledad. Ninguno lucha por imponer su deber ser al resto de la sociedad, sólo don Quijote lo hace. Marcela lo expresa claramente: “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos” (Quijote I, XIIII, 168). Si para ser libre se precisa de una huída de la sociedad para refugiarse en una naturaleza idealizada, entonces no hay libertad que valga. Marcela no logra la libertad, se rinde a la impotencia.
En cuanto al deber ser que aparece reflejado en la segunda parte del Quijote es cierto que, como hemos indicado, se convierte en un mundo paralelo aparte: el caballero de los espejos (en una aventura análoga a lo que podría ser la invención de la princesa Micomicona en la primera parte) es un ejemplo, pero, sobre todo, el mundo paralelo se abrirá paso en el palacio de los duques en Aragón. En ese palacio todo está recreado para que don Quijote viva de la misma manera que en una novela de caballerías y para que Sancho viva las esperanzas que don Quijote le inculcó. Pero lo que será sueño para don Quijote se convertirá en pesadilla para un Sancho que demostrará ser el personaje más digno de la obra. La dialéctica social, en la segunda parte, lo inunda todo, como vimos en los capítulos precedentes.
¿Y qué decir de la realidad paralela que supone que unos asesinos de soldados españoles sean perdonados una vez apresados?

“—Una por una vuestras lágrimas no me dejarán cumplir mi juramento: vivid, hermosa Ana Félix, los años de vida que os tiene determinados el cielo, y lleven la pena de su culpa los insolentes y atrevidos que la cometieron.
Y mandó luego ahorcar de la entena a los dos turcos que a sus dos soldados habían muerto, pero el virrey le pidió encarecidamente no los ahorcase, pues más locura que valentía había sido la suya. Hizo el general lo que el virrey le pedía, porque no se ejecutan bien las venganzas a sangre helada” (Quijote II, LXIII, 1262).

El Quijote nos presenta multitud de realidades paralelas, algunas de ellas ciertamente hermosas, pero imposibles todas por principio.
III- Analógico y acrítico: se trata de los ejemplos del ama y de la sobrina. El mundo en el que se mueve un personaje como el del Ama supone también un deber ser que causa risa, el de la irracionalidad de las creencias religiosas rebajadas al rango de superstición:

“Pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:
—Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo.
Causó risa al licenciado la simplicidad del ama y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego” (Quijote I, VI, 83).

En el Quijote, el diablo y los encantadores quedan puestos al mismo nivel. De hecho, al poder le interesa mantener ciertas creencias, siempre que no sean molestas. El cura no tendrá ningún inconveniente en seguirle el juego a don Quijote. Además, mientras jueguen con él, el juego estará bajo control.

“Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase —quizá quitando la causa, cesaría el efeto—, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días, se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y, como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza preguntó a su ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo:
—¿Qué aposento, o qué nada, busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo.
—No era diablo —replicó la sobrina—, sino un encantador que vino sobre una nube una noche, después del día que vuestra merced de aquí se partió, y, apeándose de una sierpe en que venía caballero, entró en el aposento, y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por el tejado, y dejó la casa llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno: sólo se nos acuerda muy bien a mí y al ama que al tiempo del partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces que, por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería. Dijo también que se llamaba el sabio Muñatón” (Quijote I, VII, 97-98).

De aquí tomará don Quijote –en la acertada tesis de Torrente Ballester- el recurso al encantamiento que él mismo ejercitará en adelante en toda la obra para mantener el engaño frente a Sancho. Al poder le interesa mantener cualquier engaño (Quijote II, XXXIII, 992) que haga permanecer al vulgo en la ignorancia, las molestias comienzan cuando el deber ser lo crea y lo impone dialécticamente un individuo. Aún así, la actitud de don Quijote, por muy dialéctica que sea, no pasa de ser un divertimento, es inocua, -y eso lo sabe Cervantes-, razón por la cual el cura y el barbero siguen el juego a don Quijote más veces de las que se lo discuten [todos los episodios referentes a la princesa Micomicona; la lucha con el cabrero en el último capítulo de la primera parte; el engaño para meter a don Quijote en la jaula; el episodio del esclarecimiento del verdadero estatus del yelmo de Mambrino como tal yelmo]. Los juegos lo dejan todo como está, salvo para aquellos que no pueden permitirse jugar. La víctima auténtica es Sancho, o el muchacho castigado por su amo en el capítulo IV de la primera parte, personajes entre los que se observa una auténtica solidaridad en la obra (Quijote I, XXXI, 399-402):

“Estando en esto, acertó a pasar por allí un muchacho que iba de camino, el cual, poniéndose a mirar con mucha atención a los que en la fuente estaban, de allí a poco arremetió a don Quijote y, abrazándole por las piernas, comenzó a llorar muy de propósito, diciendo:
—¡Ay, señor mío! ¿No me conoce vuestra merced? Pues míreme bien, que yo soy aquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado.
Reconocióle don Quijote, y asiéndole por la mano, se volvió a los que allí estaban y dijo:
—Porque vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros andantes en el mundo, que desfagan los tuertos y agravios que en él se hacen por los insolentes y malos hombres que en él viven, sepan vuestras mercedes que los días pasados, pasando yo por un bosque, oí unos gritos y unas voces muy lastimosas, como de persona afligida y menesterosa. Acudí luego, llevado de mi obligación, hacia la parte donde me pareció que las lamentables voces sonaban, y hallé atado a una encina a este muchacho que ahora está delante, de lo que me huelgo en el alma, porque será testigo que no me dejará mentir en nada. Digo que estaba atado a la encina, desnudo del medio cuerpo arriba, y estábale abriendo a azotes con las riendas de una yegua un villano, que después supe que era amo suyo; y así como yo le vi, le pregunté la causa de tan atroz vapulamiento; respondió el zafio que le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía nacían más de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo: “Señor, no me azota sino porque le pido mi salario”. El amo replicó no sé qué arengas y disculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas, no fueron admitidas. En resolución, yo le hice desatar, y tomé juramento al villano de que le llevaría consigo y le pagaría un real sobre otro, y aun sahumados. ¿No es verdad todo esto, hijo Andrés? ¿No notaste con cuánto imperio se lo mandé, y con cuánta humildad prometió de hacer todo cuanto yo le impuse y notifiqué y quise? Responde, no te turbes ni dudes en nada, di lo que pasó a estos señores, porque se vea y considere ser del provecho que digo haber caballeros andantes por los caminos.
—Todo lo que vuestra merced ha dicho es mucha verdad —respondió el muchacho—, pero el fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina”.

Por primera vez va a enfrentarse don Quijote con una de las consecuencias de sus acciones. Va a conocer el resultado real y efectivo que obtuvo en uno de los primeros ejercicios de su concepto de Justicia aplicado, esto es importante, al caso de un muchacho que estaba sufriendo un castigo severo y desproporcionado.

“—¿Cómo al revés? —replicó don Quijote—. Luego ¿no te pagó el villano?
—No sólo no me pagó —respondió el muchacho—, pero así como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina, y me dio de nuevo tantos azotes, que quedé hecho un Sanbartolomé desollado; y a cada azote que me daba, me decía un donaire y chufeta acerca de hacer burla de vuestra merced, que, a no sentir yo tanto dolor, me riera de lo que decía. En efecto, él me paró tal, que hasta ahora he estado curándome en un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual tiene vuestra merced la culpa, porque si se fuera su camino adelante y no viniera donde no le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo se contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y pagara cuanto me debía. Mas como vuestra merced le deshonró tan sin propósito y le dijo tantas villanías, encendiósele la cólera, y, como no la pudo vengar en vuestra merced, cuando se vio solo descargó sobre mí el nublado, de modo que me parece que no seré más hombre en toda mi vida.
—El daño estuvo —dijo don Quijote— en irme yo de allí; que no me había de ir hasta dejarte pagado, porque bien debía yo de saber por luengas experiencias que no hay villano que guarde palabra que tiene, si él vee que no le está bien guardalla. Pero ya te acuerdas, Andrés, que yo juré que si no te pagaba, que había de ir a buscarle, y que le había de hallar, aunque se escondiese en el vientre de la ballena.
—Así es la verdad —dijo Andrés—, pero no aprovechó nada.
—Ahora verás si aprovecha —dijo don Quijote.
Y, diciendo esto, se levantó muy apriesa y mandó a Sancho que enfrenase a Rocinante, que estaba paciendo en tanto que ellos comían.
Preguntóle Dorotea qué era lo que hacer quería. Él le respondió que quería ir a buscar al villano y castigalle de tan mal término, y hacer pagado a Andrés hasta el último maravedí, a despecho y pesar de cuantos villanos hubiese en el mundo. A lo que ella respondió que advirtiese que no podía, conforme al don prometido, entremeterse en ninguna empresa hasta acabar la suya, y que pues esto sabía él mejor que otro alguno, que sosegase el pecho hasta la vuelta de su reino.
—Así es verdad —respondió don Quijote—, y es forzoso que Andrés tenga paciencia hasta la vuelta, como vos, señora, decís; que yo le torno a jurar y a prometer de nuevo de no parar hasta hacerle vengado y pagado”.

Don Quijote pretende salvar su juego frente a una realidad social muy dura: su labor lúdica sirvió para causarle más daño del que ya padecía a un joven inocente. El muchacho no desea más ayudas, le niega a don Quijote el seguir sirviéndole como instrumento para su juego. Le veta la posibilidad de jugar con él.

“—No me creo desos juramentos —dijo Andrés—. Más quisiera tener agora con qué llegar a Sevilla que todas las venganzas del mundo. Déme, si tiene ahí, algo que coma y lleve, y quédese con Dios su merced y todos los caballeros andantes, que tan bien andantes sean ellos para consigo como lo han sido para conmigo.
Sacó de su repuesto Sancho un pedazo de pan y otro de queso, y dándoselo al mozo, le dijo:
—Tomá, hermano Andrés, que a todos nos alcanza parte de vuestra desgracia.
—Pues ¿qué parte os alcanza a vos? —preguntó Andrés.
—Esta parte de queso y pan que os doy —respondió Sancho—, que Dios sabe si me ha de hacer falta o no; porque os hago saber, amigo, que los escuderos de los caballeros andantes estamos sujetos a mucha hambre y a mala ventura, y aun a otras cosas que se sienten mejor que se dicen.
Andrés asió de su pan y queso y, viendo que nadie le daba otra cosa, abajó su cabeza y tomó el camino en las manos, como suele decirse. Bien es verdad que, al partirse, dijo a don Quijote:
—Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia, que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo”.

Ante este veto, la reacción de Sancho será solidaria con Andrés y frente a don Quijote: él sabe perfectamente lo que ha sufrido el muchacho porque él mismo lo sufre y lo seguirá sufriendo en el camino en el que acompaña a su señor. La reacción de don Quijote, en cambio, al ver vetado su entretenimiento lúdico, será violenta.

“Íbase a levantar don Quijote para castigalle, más el se puso a correr de modo que ninguno se atrevió a seguille. Quedó corridísimo don Quijote del cuento de Andrés, y fue menester que los demás tuviesen mucha cuenta con no reírse, por no acaballe de correr del todo”.

La ruindad que exhiben en este episodio Dorotea y compañía no tiene límites. Los personajes más humildes y en peor situación social y existencial que aparecen en el Quijote no juegan, sino que se creen el juego. Andrés confiará en don Quijote mientras crea que éste realmente pretende ayudarle. Una vez comprobado que sólo se trata de un divertimento se negará a seguir la farsa. Nunca ocurre así, como hemos visto, con los nobles y personajes acomodados que pueblan la obra. En consecuencia, yerra Torrente, a mi juicio, cuando manifiesta que “No obstante, el Quijote se pudo escribir sin Sancho, como se escribió el Protoquijote” (Torrente, "El Quijote como juego", 1984: 87). No es cierto. Una vez más, Torrente se equivoca al ignorar la dialéctica social que está presente en toda la obra. No en vano, en el Protoquijote, esta dialéctica se encuentra personificada en el personaje de Andrés, lo que indica que Cervantes introduce la dialéctica social, que luego ganará estabilidad gracias a la introducción del personaje de Sancho, desde el comienzo de la obra. Así se entienden también mejor las diferencias con el Quijote de Avellaneda, destinado, en mi lectura, a poner en su sitio socialmente a cada personaje. El de Avellaneda percibió la dialéctica social cervantina y pretendió deshacerla restableciendo un orden que, a su juicio, Cervantes jamás debió atreverse a cuestionar. Por eso la segunda parte intensifica esta dialéctica dignificando, hasta límites muy descarados, la nobleza del villano Sancho. Cervantes le viene a decir a Avellaneda: si no quieres taza, ten taza y media. En realidad, el Quijote nos muestra a un hidalgo venido a menos jugando, y todos los restantes señoritos que aparecen en la obra acaban metiéndose en el juego con él. Sólo Sancho, Andrés, y Dorotea, mientras se encontraba deshonrada, no después de encontrar a quien le repare el daño, son personajes humildes que no pueden jugar con la realidad: es demasiado evidente y rotunda. La tragedia de Sancho es que deja que don Quijote le cree esperanzas, y su solución vendrá de manos de Alonso Quijano a la hora de su muerte.
Don Quijote representa la evasión lúdica y violenta de un código moral y jurídico que no le gusta, pero Cervantes nos enseña que la evasión no siempre es posible ni deseable. El deber ser es un refugio, pero son personajes como Sancho los que adquieren auténtica dignidad. Cuando las esperanzas que don Quijote le vendía desaparecen, Sancho volverá a su realidad social y económica sin lamentarse. Su manera de vivir en el mundo resulta ser tan superior que no necesita ficciones para evadirse, aunque a veces la ficción quijotesca le seduzca, y aunque al final, como intento de animar a su señor, esté dispuesto a volver a jugar porque sabe que Alonso Quijano no tiene su misma capacidad para desenvolverse en la realidad. Alonso Quijano no soporta la realidad y Sancho se dará cuenta de que ése es el problema de su señor: prefiere morir antes que vivir como lo hace. Pero el imperativo de realidad de Sancho sí encuentra una recompensa: si don Quijote le dio esperanzas, Alonso Quijano renunciará a su personaje por recompensar a Sancho, dejándole bien dotado en su testamento. Y Sancho, que nunca defrauda a quienes le seguimos, se sentirá un poco más alegre gracias a esta herencia.

“Cerró con esto el testamento y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada, pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza, que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto.
En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías” (Quijote II, LXXIIII, 1334).

Alonso Quijano renuncia a su ficción no por la realidad (la última evasión que encontramos en el Quijote es la muerte de su protagonista), sino por la realidad de Sancho. Igual que hizo a Sancho vivir una ficción, ahora don Quijote descenderá de nuevo a la realidad para testar a favor de su fiel escudero. Don Quijote siempre fue el personaje creado por Alonso para jugar. Don Quijote siempre fue un hidalgo muy consciente y muy ingenioso (capaz de abrazar los sacramentos y de arrepentirse de lo que haga falta para poder dar cumplimiento a sus intereses: la mejora económica de Sancho y el fin del juego por el bien de éste), he aquí otro de los motivos para el ambiguo y dialéctico título de la obra, al que ya había hecho referencia y cuya resolución he querido posponer hasta el final del estudio, porque sólo al final del libro puede entenderse el título.
Cervantes nos muestra en el Quijote multitud de mundos ideales, ya dialécticos, ya paralelos, ya analógicos. Mundos algunos de ellos hermosos en los que un militar perdona la vida a unos asustados moros que mataron a dos soldados, o en los que un bandolero muestra un alto sentido de la justicia; pero la realidad se impone y lo que cuenta, al final, es actuar en esa realidad, como actuará al final don Quijote al hacer su testamento. Lo demás vale de poco. Al poder le interesa más un hidalgo que juega a ser caballero que un hidalgo que decide llevar hasta sus últimas consecuencias el juego haciendo beneficiario de su testamento a su escudero. La grandeza del Quijote reside en que la subversión de los roles estamentales comenzará lúdicamente, pero luego se materializará en la realidad vigente. Don Quijote dará finalmente cumplimiento a alguna de las falsas esperanzas que había inculcado a Sancho: ahí reside su valentía, en la materialización de los valores con que jugaba en la vida real. Como se dice en la obra:

“Don Antonio Moreno se llamaba el huésped de don Quijote, caballero rico y discreto y amigo de holgarse a lo honesto y afable, el cual, viendo en su casa a don Quijote, andaba buscando modos como, sin su perjuicio, sacase a plaza sus locuras, porque no son burlas las que duelen, ni hay pasatiempos que valgan, si son con daño de tercero” (Quijote II, LXII, 1237).

Mientras el narrador enuncia esta máxima, en la obra vemos constantemente el dolor que causan esas burlas a personajes como Sancho. Y cuando la burla acaba, las esperanzas desaparecen:

“Sancho, todo triste, todo apesarado, no sabía qué decirse ni qué hacerse: parecíale que todo aquel suceso pasaba en sueños y que toda aquella máquina era cosa de encantamento. Veía a su señor rendido y obligado a no tomar armas en un año; imaginaba la luz de la gloria de sus hazañas escurecida, las esperanzas de sus nuevas promesas deshechas, como se deshace el humo con el viento” (Quijote II, LXV, 1268).

El juego ha finalizado, pero ha finalizado para comprometerse con la realidad social y económica de uno de sus afectados: Sancho. Sólo al final verá Sancho materializarse una mejora económica. En el cierre de la obra la generosidad triunfará a pesar de condicionamientos estamentales o religiosos. Alonso Quijano sí que se ha ganado ahora el apelativo de “Bueno”, como amigo que responde a la lealtad y el aprecio del que fue su leal compañero de viaje.
La subversión, al fin y al cabo, terminará triunfando en el Quijote gracias al arrepentimiento fingido y racionalmente calculado de Alonso Quijano. El ser aparece en el Quijote como criterio regulador de las acciones. La necesidad y el determinismo requieren, para que la libertad triunfe, del uso de la inteligencia, no de la evasión. He aquí la lección que nos enseñó Cervantes. Aprendida queda.

2 comentarios:

  1. -Vomito Sancho Peonza, luego vaya cogorza que llevo.

    Supongo que me permites la broma.

    Un abrazo

    Pd: Si digo donde tenía guardado el Quijote creo que me excomulgan por lo menos.

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  2. jajajajajaja, vale

    Gracias por hablar en el blog!!!!!!!!!!!! Así se estrenan los espacios estos en blanco que hay debajo de los textos, jajajajajja

    Un abrazo, Santi

    PD: no, no lo digas, no seas malo, que como demos con la Iglesia..., jajajaja

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